Saturday, July 05, 2008

Pólder

Joe Montesinos Illesca

Naturaleza muerta resucita
con los colores polinesios de Gauguin,
refúgiame en arena movediza,
ven como guillotina de retorno
a perdonar mi perfidia maquinaria,
cúbreme de bengalas
en este bosque de fresnos
amarrado de contaminación.

Mujer de dormidos ojos púrpuras,
de labios verdes con sabor a uvas,
bésame el áurea con tus senos boquiabiertos,
golpéame con tormentas y tsunamis,
enciéndeme con volcanes,
derrite tu calva helada para los caballos,
dame el saludo de los muertos,
regálame la sonrisa de los tuertos,
suéñame hecho al puntillismo,
búscame en las azoteas
donde peleo con los gatos,
derrama tu polen a los locos,
proyecta tu sonrisa a los bosquimanos,
hazme niño nuevamente.

Allí arriba el sol es una araña
comiéndose a una mosca,
quítenme ese cielo por favor
que no deja ver siquiera
tus senos de Kilimanjaro
ni tus caderas de Uluru.

Soy hambre caminante
con labios carboncillos,
voy con huellas de avestruz
sintiendo la fragancia que te aguarda
encrucijada desde el génesis.

Viajo a la velocidad del leopardo
como un loco que degenera el aire
en busca de tu corazón impresionista
que ya se hunde en el ocaso
donde Nerón y Radamante pelean
por un poco de fuego.

Recorro las sabanas en escarabajos
en busca de tu cuerpo bisiesto
de temor descascarado,
tu nariz everestiana
y tus cabellos de cebras desteñidas.

Entro como un pez espada
y te encuentro con las trenzas de Penélope
triste, fea y marchita.

Naturaleza muerta abre los ojos,
rompe las olas,
canta Danubio,
esboza un anaranjado Van Gogh,
sé dócil con mis huesos
que por ti han esperado
tantos miles de años.

Levanta tu velo gris escarlata
que aquí a lo lejos esperamos
miles de lluviómanos ojos…

ABSTRACTOS


Joe Montesinos Illesca



En los alrededores del Puente “Z” el viento corre más raudo, las palomas hacen escala en sus barandas, los locos andrajosos de la ciudad retornan con una sonrisa falsa y cuando la noche cae, las estrellas, a diferencia del resto del mundo, se acercan más a nosotros. Ella y yo denominamos este lugar nuestro paraíso, nuestro eterno retorno. Somos una pareja sin auto, sin buena ropa, sin un gran equipo de radio para escuchar jazz a todo volumen. Ella tiene los cabellos largos y dóciles, siempre quiere que brillen. Y yo los zapatos, desde el maniático niño con los zapatos radiantes, hasta el hombre flaco y casi viejo con los charoles que contrastan con los desteñidos trajes. La manía que dura un piélago de ideas para la subsistencia mientras con un poco de algodón, agua y betún los mantengo como espejos para verme cada mañana el perfil doloroso. Recorremos incansablemente esta ciudad casi “osteoporósica” y cuando nos cansamos, tomamos el bus y tenemos que bajar apresuradamente para que no nos cobren. Usualmente en nuestro recorrido sacamos una que otra fruta de alguna vendedora descuidada. Siempre comemos en el convento “F” y tenemos que poner caras de fieles creyentes. Patrañas, nosotros sólo creemos en el indefinible “ahora” y en el insospechado “más tarde”. Lo difícil es conseguir para los cigarrillos aunque son infaltables. En las noches nos recostamos bajo el puente “Z” con nuestros sendos puchos mientras miramos el pestañear de las estrellas y escuchamos el llamado del río “V” que con su ondeante sonido armoniza con nuestros silbidos Offenbach, nuestros murmullos Berlioz. Y si queda tiempo hacemos el amor. Ella tiene ojos lindos, pechos chicos y nada más. Yo tuve un pastor alemán antes de conocerla, luego vilmente me abandonó por ser pobre. Ahora tengo sólo un camino por recorrer. A ella le gusta nuestra vida, le gusta la arquitectura del “Z”, la resonancia del “V” y le gusta llenarse los pulmones de humo. Cuando ella me dice ¿oye “J” cuándo me llevas al mar? Yo me regocijo respondiéndole: Dime “G”, ¿por qué te gusta el mar? Y siempre tiene una respuesta diferente: El mar es el espectro mal entendido. Es una caricia que no se olvida. Es el vientre de Dios. Allí dentro tienen guardado un hermoso ave fénix. Es una eterna duda. Si quieres saber del mar deja que te crezcan escamas. El otro “G” me asustó con lo del embarazo. Que no le venía, que los mareos, que ahora qué hacemos, que no podré fumar. Le contesté que el día que yo tenga un hijo me gustaría que fuese pintor y que pinte este puente porque yo no puedo, la mano me tiembla, mira. No, no ha sido nada “J” NADA, es que recordaba mi casa que tiene un lindo patio y un gran jardín del cual brotan dalias, magnolias y escaramujos. Y dónde está tu casa “G”. Um, aún no lo recuerdo exactamente aunque me parece que está junta a una ciclópea casa amarilla Art Déco que tiene ventanas en forma de labios… La mayor felicidad para mí llega cuando aparece el loco de la flauta. Se acomoda cerca nuestro cuando ya la noche de luna frenética nos arroja la imagen oscura del puente “Z”. A veces un caballo, a veces una vaca. El loco (está tan loco que es un genio) toca tan extraordinariamente aquel instrumento que los ritmos acarician nuestros oídos para el sueño. A veces pienso que suena mejor que Stravinski, lo puedo jurar aunque sea agnóstico.

Tengo en el pecho un tatuaje de la diosa Visnú. Por momentos me arrepiento de habérmelo hecho. Por momentos me creo vaishnava. Algunas noches he notado que en sus ojos le brillan escarlatas y sus tantas manos ensayan rezos. También tengo tornillos de platino en uno de los pies y en las noches de luna llena siento un dolor tan grande como boca de león. “G” me dice que quiere ser escritora. Escribir muchos libros y ser millonaria. Escribir muchos libros y ser pobre. En ocasiones la veo garabatear algunos poemas, pero los borra, no obstante ya tiene un cuadernito lleno. A ver le digo y se pone fiera. Yo quise ser fotógrafo de joven. Tengo una colección de fotos de todos los locos de la ciudad que ya no las tengo. A dónde habrán ido a parar, a dónde a mendigar. El otro día “G” soñó que corría por un camino bordeado por árboles flacos porque la perseguía un hombre que le lanzaba flechas y mientras escapaba de repente cayó, caía y caía y las paredes del inmenso hueco mostraron imágenes de infancia, de aquella casa con un gran jardín. Y cayó tan fuerte que sentí el golpe y me desperté para ver qué pasaba. Le acaricié la frente húmeda y aspiré briosamente sus cabellos, tranquila, no fue nada “G”. NADA. El inmenso cielo ya blanquecino laceraba nuestros ojos. Una mañana como aquella, con ese cielo pidiendo miradas no tan distraídas es lo que nos recupera de la locura de la noche. Un viaje intenso, miles y miles de kilómetros de convalecencia o tortura, de tribulación o excitación, de angustia o frenesí, de pájaros o dioses. El espíritu de los muertos no observa. De lejos vemos al loco de la flauta cómo cruza el puente “Z”, forma una caminante figura negruzca que de fondo tiene ya un inmenso gris echándose unos cuantos gallinazos. Seguramente el viento de la mañana canta para sus oídos y se pierde regocijado en aquel sonido. “G” me ha dicho: si algún día desapareces y me abandonas me tiraré de ese puente, te lo puedes imaginar. Claro que me lo puedo imaginar y de formas innumerables y cuando lo hago siento punzadas en el pecho, allí justamente en “Visnú”. Parece como si bailará y en los pies tuviese espinas.

Los viernes me dan ganas de escuchar a Coltrane or Ella F. or Art Tatum, es lo único que pido y ella sólo pide dos cafés para no incomodar y se queda callada. Cómo es que hacemos para entrar a escuchar a Coltrane y tomar café sin un centavo, hasta ahora no lo sabemos. El responsable de café “H” nos dice: un caballero ya entrado en años viene apresurado, se acerca y cancela todo lo que ustedes consumen pero sólo quiere que vengan los viernes y no quiere que sepan quién es. He tratado de ubicar al caballero pero ha sido inútil. Una vez seguí a un viejo que nos miraba incesantemente, al momento de pagar la cuenta el hombre salió prendiendo un cigarrillo, lo seguí sigilosamente hasta el final de la calle “K” y le pregunté: ¿por qué paga nuestras cuentas? ¿Quién es usted, qué quiere de nosotros? Y el viejo comenzó a gritar horrible, a voz en cuello: policía, me quieren robar, es un ratero, me ha golpeado, me ha sacado un cuchillo. Me soltaron a la mañana siguiente y ya nunca más vi a ese hombre, no obstante sigo disfrutando mis viernes con Ellington. ¿Qué opinas de nosotros? Me pregunta “G”, esporádicamente. Bueno, le respondo: nosotros somos una sola vida y nuestra vida es ese cielo que vemos al despertar, es esa sinfonía que de vez en vez nos regala el loco de la flauta, es el café “H” al cual entramos y nunca nos cobran, es el río “V” que fluye y fluye y no se sabe para qué, nuestra vida es un incógnita casi como ese Simbad de Paul Klee que está perdido. Es lo que de la música decía Igor Stravinski: “La música no tiene, por naturaleza…poder para expresar nada”. Y ese NADA es tan maravilloso que nos devuelve la sonrisa. No somos nada dentro de lo absoluto y a nada tememos y por eso somos felices. “J”, vayamos al mar, he soñado un concepto genial sobre él. Lo que tú digas “G”, te sigo a donde vayas, porque yo soy como ese hombre al que ves en sueños, el que te lanza flechas incansablemente hasta el ocaso y el mar es ese agujero a donde caes y caes profundamente como una ruleta inmarcesible.


Cuento publicado en la Revista Calidoscopio Nª1 2003 – Lima – Perú.